En muchas culturas es normal que los jóvenes beban alcohol. Ya sea una copa de vino con la cena o varios chupitos de vodka en una noche de fiesta, muchas personas establecen una relación con el alcohol durante la adolescencia. Lo que esto significa para su desarrollo y salud a largo plazo es algo que los científicos solo están empezando a entender ahora. Si quieres saber más al respecto, ya sabes: ¡haz clic para seguir leyendo!
No es ningún secreto que el alcohol es una toxina. Durante años hemos sabido que, a pesar de que muchos disfrutan de él, consumirlo puede suponer un riesgo para la salud.
Entre los riesgos asociados con el consumo de alcohol (incluso en pequeñas cantidades) se incluyen los accidentes mortales, las enfermedades hepáticas y muchos tipos de cáncer.
Sin embargo, el problema está en que a las personas les gusta beber. Para muchos, los beneficios de tomarse una o dos copas de vino superan con creces a los riesgos.
Por esa razón, la política de muchos países suele ser promover el consumo moderado de alcohol entre sus ciudadanos para limitar los daños que este pueda causar.
En EE. UU., por ejemplo, se aconseja no consumir más de dos bebidas al día en el caso de los hombres y una en el de las mujeres. Muchos otros países hacen lo mismo.
Lo que importa es el volumen de alcohol. Por ejemplo, unos 355 ml de cerveza contienen más o menos la misma cantidad de alcohol que 148 ml de vino o 44 ml de licor.
En lo que al consumo de alcohol entre adolescentes se refiere, la política pública tiende a centrarse en la protección de los niños, dándoles libertad a los jóvenes adultos para tomar sus propias decisiones.
Esa es la razón de que la edad legal para beber en la mayoría de países europeos sean los 18 (o los 21 en el caso de EE. UU.).
Sin embargo, ambas edades son demasiado bajas. Según un estudio, el alcohol perjudica a los jóvenes adultos de una manera que solo estamos empezando a comprender ahora.
En primer lugar, el alcohol es más peligroso para los jóvenes que acaban de cumplir la mayoría de edad, ya que su cuerpo aún se está formando.
De hecho, los adolescentes de hoy en día no alcanzan la estatura adulta hasta que cumplen los 21 y, aunque lo hagan, siguen sin tener el peso y el volumen de quienes tienen 30 y 40 años.
Esto se traduce en un mayor porcentaje de alcohol en sangre que en el caso de los adultos, lo que también implica una mayor toxicidad.
Los jóvenes adultos también suelen tener la cabeza más grande que el resto del cuerpo, por lo que son más propensos a parecer un "muñeco cabezón".
Esto es especialmente problemático en lo que al consumo de alcohol respecta, ya que estas proporciones determinan el nivel de intoxicación de quien bebe.
Cuando alguien bebe alcohol, este entra en el torrente sanguíneo y se reparte por el cuerpo. En cuestión de cinco minutos llega al cerebro.
El alcohol cruza muy rápido la barrera hematoencefálica que normalmente protege a nuestro querido cerebro de las sustancias nocivas.
En el caso de los jóvenes adultos, una proporción relativamente alta del alcohol que beben acaba en el cerebro. Esta es otra de las razones por las que son más propensos a sufrir intoxicación etílica.
También se cree que beber en la adolescencia podría afectar al desarrollo a largo plazo del cerebro. Los estudios demuestran que puede causar un deterioro más rápido de la materia gris e impedir el desarrollo de la materia blanca.
Aunque el efecto a largo plazo del consumo de alcohol en adolescentes no sea evidente de manera inmediata, con el paso del tiempo puede empezar a entreverse en pruebas cognitivas.
Según la neuropsicóloga Lindsay Squeglia, "tras beber muchos años, observamos una menor activación del cerebro y un peor rendimiento en estas pruebas".
Esto parece ser especialmente cierto para quienes tienen un historial familiar de alcoholismo. Cuanto antes empiecen a beber, más papeletas tendrán para desarrollar este problema.
Entonces, ¿cómo protegemos a los jóvenes del peligro que supone beber alcohol? Muchos creen que la solución pasa por seguir el modelo europeo, es decir, por dejar que los niños y adolescentes beban con moderación en casa.
La idea es que, al exponerles al alcohol en un entorno seguro, los jóvenes no vean las bebidas alcohólicas como algún tipo de "fruta prohibida" de la que deban atiborrarse en cuanto cumplan la mayoría de edad.
Sin embargo, las pruebas sugieren que esto no funciona así. De hecho, los estudios demuestran que cuanto más liberales son los padres con la bebida, más probable es que el niño desarrolle un problema con el alcohol de mayor.
Por otro lado, retrasar la edad legal para beber hasta los 25 años tampoco parece ser una gran solución, ya que muchos creen que se podría percibir como un ataque contra la libertad personal.
Por el momento, tal vez la clave sea informar a los jóvenes sobre lo peligroso que es para su cerebro en desarrollo el beber alcohol.
Fuentes: (BBC) (NIAAA)
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