Por otro lado, muchos padres ni siquiera se ponen en contacto con sus hijos a menos que las cosas vayan muy mal. Esto puede hacer que ambas partes se sientan muy frustradas.
Es normal que los padres e hijos adultos acaben cayendo en patrones de comunicación inapropiados. Durante las discusiones, los hijos puede que se sorprendan a sí mismos hablando y actuando como cuando eran pequeños.
Los padres, por su parte, puede que aún se dirijan a sus hijos como si estos fuesen niños, siendo exigentes y ofreciéndoles consejos que no han pedido. Si esto ocurre, ambas partes tienen que dar un paso atrás y cambiar la mentalidad para hablarse como los adultos que son.
Es importante que todas las partes implicadas den un paso atrás para analizar qué es lo que funciona y lo que no. Sin embargo, esto no siempre es fácil, ya que algunos hábitos son tan automáticos que cuesta deshacerse de ellos.
Muchos adultos prácticamente no tienen ni voz ni voto en la relación que mantienen con sus padres y acaban cediendo ante ellos sin tan siquiera reflexionar sobre sus propios sentimientos.
Para construir una relación más sana, empezad por haceros preguntas a vosotros mismos como "¿Nos estamos comportando realmente como adultos?" o "¿Qué aspectos de la relación tienen que cambiar?".
"¿Qué tipo de conversaciones y actividades me hacen sentir incómodo?", "Si pudiese cambiar una cosa de la relación con mi padre/hijo ahora mismo sería...".
Puede que las respuestas a estas preguntas os abran los ojos y os hagan ver tanto los aspectos buenos como los complicados de la relación. Cuando ambos os deis cuenta de qué funciona y qué no, entonces será momento de hablar abierta y sinceramente de vuestras necesidades.
Empezad por negociar los nuevos términos de la relación. Esto es algo que podéis hacer con peticiones del estilo de "Papá, me gusta que me preguntes qué tal me va en el trabajo" o "Cariño, nunca me preguntas cómo estoy. Me gustaría que te interesases por mí cuando hablamos por teléfono".
Estas conversaciones pueden ser incómodas, pero si ambos estáis dispuestos a ser vulnerables, pueden ser muy efectivas. Especialmente si pensáis en qué queréis decir y lo comunicáis con suavidad y serenidad.
También es importante que os mostréis abiertos a las opiniones de la otra persona aunque al principio os resulte incómodo.
Este es un paso fundamental para construir una relación sana, ya que implica asumir vuestra parte de responsabilidad por herir o molestar a la otra persona.
Asimismo, ambos sois responsables de gestionar y cuidar la relación. Esto significa ponerse en contacto, comprometerse y encontrar formas de conexión mutuas.
Si ambos sois testarudos y esperáis a que sea la otra persona quien dé el primer paso, entonces solo crearéis más resentimiento.
Ignorar a la otra persona, comportarse de forma pasivo-agresiva, gritar, pasar de los problemas y hacerse la víctima son conductas perjudiciales que pueden ocurrir durante la infancia.
No siempre es fácil revisar estas conductas conflictivas, pero es importante identificarlas para poder pasar página.
Asumir vuestra parte de responsabilidad consiste en entender vuestro papel en estos ciclos conflictivos y empezar a reaccionar de otra forma. ¿Por qué tendéis a chocar con la misma piedra una y otra vez? ¿Qué podéis hacer para resolver el problema?
No respetar los límites de la otra persona puede dar pie al resentimiento. Los padres deben decidir qué contarle a sus hijos y discernir qué nivel de apoyo están dispuestos a recibir.
Los hijos también deben decidir qué nivel de privacidad e implicación buscan y están dispuestos a aceptar de parte de sus padres, sobre todo en lo que a trabajo, relaciones, estilo de vida y dinero se refiere. Los límites tienden a cambiar con el tiempo, por lo que haríais bien en ir viendo cómo de cómodos os sentís con la cercanía y la distancia.
Por ejemplo, si un hijo es vegetariano, los padres deberían aceptarlo y ofrecerle opciones acordes a su dieta cuando coman en familia. De esta forma, le demostrarán que respetan sus valores.
Si alguien hace un comentario negativo, intentad no poneros a la defensiva. Mostrad empatía y haced preguntas como "Lamento que te sientas así. ¿Quieres explicarme cuál es la razón?". Preguntar qué es lo que se necesita en lugar de decir lo que no se quiere es una forma positiva de lidiar con el conflicto.
Tanto si ocurre de forma intencionada como si no, cuando uno de vosotros haga o diga algo doloroso u ofensivo, disculpaos.
Si una parte se niega a ver a la otra, escribid una carta donde asumáis vuestra responsabilidad por no haber respetado los límites de la otra persona y donde expreséis vuestro deseo de mejorar.
Algunos padres no llevan bien que sus hijos tengan pareja, pero hacer un esfuerzo por conocer a la otra persona es fundamental para tener una buena relación.
Cuando los hijos crecen, la relación con los padres puede enfriarse. Una buena forma de reconectar es encontrar intereses comunes, como resolver puzles o hacer senderismo. Lo importante es recuperar el vínculo y, por lo tanto, la intimidad.
Una forma de apoyaros mutuamente es prestar atención a vuestros deseos y preocupaciones. Esto puede ser difícil para los padres que quieran compartir su opinión y dar consejo, pero a veces tendrán que morderse la lengua y aprender a escuchar.
Todos estos cambios requieren del esfuerzo de ambas partes. Tanto los hijos como los padres deben analizar la relación y reflexionar sobre su comportamiento. Esto puede ser bastante complicado, por lo que puede ser necesario contar con el apoyo de un profesional.
Pero si ambos estáis dispuestos a mejorar a través del apoyo y el diálogo constructivo, la felicidad a largo plazo vendrá sola.
Fuentes: (Psychology Today 1 and 2) (Medium) (AARP)
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La relación entre padres e hijos no se reduce a cuando unos son mayores y otros pequeños, sino también a cuando ambos son adultos. Esta dinámica a veces se resiente cuando la relación no evoluciona y sigue basándose en los patrones desarrollados durante la infancia. ¿Cómo forjar un vínculo sano y constructivo cuando ambas partes se encuentran en la edad adulta? Si quieres saberlo, ¡sigue leyendo!
Guía para padres: cómo enriquecer la relación con tus hijos adultos
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La relación entre padres e hijos no se reduce a cuando unos son mayores y otros pequeños, sino también a cuando ambos son adultos. Esta dinámica a veces se resiente cuando la relación no evoluciona y sigue basándose en los patrones desarrollados durante la infancia. ¿Cómo forjar un vínculo sano y constructivo cuando ambas partes se encuentran en la edad adulta? Si quieres saberlo, ¡sigue leyendo!