El purgatorio es el lugar donde las almas de los difuntos esperan a subir al cielo. Estas pertenecen a quienes aceptaron a Dios pero no están libres de pecado. Por lo tanto, el purgatorio se considera un lugar de castigo y purificación temporal.
Las almas de quienes "murieron en la gracia y amistad de Dios pero siendo imperfectamente purificados" acaban en el purgatorio, según el Catecismo de la Iglesia católica.
El texto también describe el purgatorio como una "purificación para alcanzar la santidad necesaria para llegar al cielo" y añade que "esta última purificación del elegido es completamente diferente al castigo de los condenados".
Durante aproximadamente un milenio, los cristianos no estuvieron seguros de qué les ocurría a las almas cuando las personas morían. Tenían claro que los santos iban al cielo y los pecadores al infierno, pero todos los demás, al parecer, debían hacer frente a un "último juicio".
No fue hasta el siglo XII que a la Iglesia latina medieval se le ocurrió el concepto del purgatorio. Esto significaba que las personas morirían e irían a parar a este lugar donde deberían pagar por sus pecados hasta que sus almas fuesen lo suficientemente puras como para entrar en el cielo.
La primera mención escrita de la que se tiene constancia aparece en el libro Sentencias (circa 1150) del teólogo y obispo francés Pedro Abelardo.
En la Biblia no se hace referencia al purgatorio, pero quienes creen en las sagradas escrituras y las predican argumentan que tampoco aparecen las palabras "trinidad" y "encarnación", pero que los conceptos se entienden igual.
Aunque no hay referencias directas al purgatorio, podría decirse que algunos pasajes aluden a él. Uno de ellos puede encontrarse en 2 Macabeos 12:43-45, donde se habla de rezar por los muertos.
La teoría es que las oraciones por los muertos solo tienen sentido si sus almas necesitas salvación, lo que refuerza la idea de un lugar como el purgatorio.
Los padres de la Iglesia salen a relucir cuando se cuestiona el origen del concepto del purgatorio. En el libro de Agustín de Hipona La ciudad de Dios (426 d.C.) se puede leer el siguiente pasaje: "Mas no todos los que han de sufrir tras la muerte penas temporales caerán en las eternas, que tendrán lugar después del juicio. Habrá algunos, en efecto, a quienes se perdonará en el siglo futuro lo que no se les había perdonado en el presente; o sea, que no serán castigados con el suplicio eterno del siglo futuro".
Existen otras referencias a las oraciones por los muertos en obras como los Hechos de Pablo y Tecla, el Epitafio de san Abercio y el Martirio de santa Perpetua y santa Felicidad, entre otras. Todos estos textos se remontan al siglo I y II.
El concepto del purgatorio precede al cristianismo. Los judíos ortodoxos también creen en la purificación final. El rezo kadish pide la purificación del alma de un ser querido y se ora durante los 11 meses posteriores a su muerte.
El concepto del purgatorio se reserva para los cristianos católicos y ortodoxos. Los credos protestantes no siguen esta doctrina.
Los críticos de la Iglesia católica se han referido al purgatorio como una idea que ha ayudado a la institución a amasar dinero. Una forma en la que lo han conseguido ha sido a través de las misas en memoria de los muertos. Nadie quiere que las almas de sus seres queridos se queden en el purgatorio para siempre, ¿cierto?
Si uno acaba en el purgatorio, ¿cómo funciona todo el proceso de purificación? Al parecer, existen varias formas de acelerarlo y lograr que el alma del difunto llegue al cielo. Una de ellas es a través de las indulgencias.
En sus inicios, las indulgencias eran documentos físicos que los miembros del clero vendían a quienes buscaban la absolución de sus pecados. Básicamente, uno podía hacerse con un boleto para salir del purgatorio y tener acceso prioritario al cielo.
Existen, sin embargo, formas de reducir el tiempo de espera en el purgatorio. A falta de indulgencias, bueno es el sufrimiento, el sacrificio y las buenas acciones.
Peregrinar a sitios sagrados, ir a misa, confesarse y ser piadoso (p. ej. rezando el rosario, leyendo las escrituras y celebrando la Eucaristía) son gestos que también pueden ayudar.
Como su propio nombre indica, la función de los comepecados o devoradores de pecados era, literalmente, comerse los pecados de quien estuviera en su lecho de muerte para evitar que su alma acabase en el purgatorio. El proceso consistía en colocar un trozo de pan en el pecho de la persona moribunda para absorber sus pecados y comérselo.
El purgatorio no solo es un sitio de sufrimiento, sino también de perdón. "La función del sufrimiento es revertir el daño que hemos causado", explica Robert Corzine, vicepresidente de Programas y Desarrollo en el Centro San Pablo de Teología Bíblica.
A pesar de las representaciones artísticas del purgatorio en llamas, el sufrimiento que ahí se experimenta no es físico. "Se trata de un fuego purificador que arde en nuestro interior alimentado por el amor a Dios", explica la escritora Susan Tassone.
"Inmediatamente tras su muerte, las almas que llegan al purgatorio ven a Dios en toda su gloria. Ven su amor, su bondad y los planes que tenía para ellas. Y lo anhelan. Arden en deseos de lograrlo y ese anhelo supera el calor de cualquier fuego terrenal", añade Tassone.
La Divina comedia de Dante hace referencia al purgatorio como un lugar donde las almas sufren por voluntad propia (al contrario que en el infierno). No muestran autocompasión ni se regocijan en su sufrimiento. En palabras del padre Dwight Longenecker, "todo aquello que merece la pena duele, pero el dolor tiene su recompensa al final".
Las almas que se encuentran en el purgatorio sabrán cuándo han logrado la salvación y el ascenso a los cielos.
Los creyentes deben rezar por las almas de los difuntos, pero lo que pocos saben es que las almas que se encuentran en el purgatorio también rezan por la salvación de los vivos. "Esas almas se convierten en nuestros segundos ángeles de la guardia y nos amparan", dice Tassone.
Cuando alguien muere, su alma abandona el cuerpo y se queda sin recursos, por lo que solo los vivos pueden ayudar a acelerar su paso por el purgatorio.
"Las almas del purgatorio necesitan todas las gracias que les podamos conseguir", señala Tassone. "Por eso necesitan nuestras oraciones: el rosario, la adoración, el vía crucis y, sobre todo, la misa. Las misas que ofrecemos por las almas del purgatorio son lo mejor que podemos hacer por nuestros queridos difuntos, ya que son la forma más elevada de culto y oración", añade.
Las almas del purgatorio no sufren solas, ya que están en compañía de las almas de otros creyentes. Todas ellas están unidas en Cristo.
Solo los santos libres de pecado pueden entrar automáticamente en el cielo, pero el proceso de purificación del purgatorio puede santificar las almas pecadoras.
Fuentes: (Time) (Catholic Answers) (Catholic Exchange) (Our Sunday Visitor) (Britannica)
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