En 1378, unas elecciones papales sentaron las bases de uno de los capítulos más caóticos de la historia de la Iglesia católica. El cónclave, marcado por el miedo y la presión política, llevó a la selección de dos sumos pontífices rivales: uno en Roma y otro en Aviñón. Esta división, conocida como el Cisma de Occidente, seccionó la mismísima esencia del catolicismo, dejando un legado de conflicto y confusión que perseguiría a la Iglesia durante décadas. Si quieres saber más sobre este acontecimiento histórico, ¡haz clic para seguir leyendo!
El cónclave de 1378 se celebró en medio de un panorama de tensión política. El reciente traslado del papado de Aviñón a Roma prendió la llama de la inquietud y llevó a muchos a exigir que el nuevo sumo pontífice fuese italiano.
Hasta 1378, los papas residían en Aviñón (Francia) desde hacía casi 70 años. Gregorio XI puso fin a esto al trasladar la sede papal a Roma en 1377.
Gregorio XI murió en Roma en marzo de 1378. Su muerte dio lugar al cónclave más tenso de la historia, ya que había presión tanto por parte del pueblo romano como de las potencias europeas.
Los romanos temían que el papado regresase a Aviñón. La multitud se agolpó a las puertas del cónclave, exigiendo un sumo pontífice italiano. Las violentas protestas generaron un ambiente caótico e intimidante para los cardenales.
A pesar de la presión, la mayoría de los 16 cardenales con derecho a voto eran franceses recelosos de la interferencia romana que querían preservar su influencia en el papado.
El cónclave, celebrado entre el 7 y el 9 de abril, estuvo marcado por las fuertes presiones y por el miedo a la violencia. Los cardenales acabaron por elegir a Bartolomeo Prignano, el arzobispo de Bari que, aunque era italiano, no era un cardenal.
Prignano adoptó el nombre de Urbano VI. Aceptado en un principio por los cardenales, parecía cumplir tanto las exigencias de los romanos como el deseo de los cardenales de evitar los disturbios.
Poco después de ser elegido, Urbano VI resultó ser una figura rígida y autoritaria. Criticó duramente el estilo de vida de los cardenales y se propuso transformar la curia romana, el cuerpo administrativo central de la Iglesia, sin hacer concesiones.
La agresividad de Urbano alarmó a muchas personas. Los cardenales franceses se sintieron particularmente engañados y amenazados. Empezaron a cuestionarse la legitimidad de su elección en medio de la presión ejercida por el pueblo romano.
Ese verano, los cardenales franceses declararon que la elección de Urbano no tenía validez. Dijeron haber tomado la decisión bajo presión, yendo así contra los requisitos canónicos de la Iglesia respecto a las elecciones papales.
En septiembre de 1378, 13 cardenales se juntaron en Fondi, una ciudad al sur de Roma. Destituyeron a Urbano VI y eligieron a Roberto de Ginebra como papa.
Este adoptó el nombre de Clemente VII. Este hábil diplomático y cardenal contaba con el apoyo de Francia y sus aliados, pero su elección dio pie a lo que se conoce como el Cisma de Occidente.
La Iglesia se sumió en una profunda crisis, ya que pasó a tener dos papas rivales, uno en Roma y otro en Aviñón, que aseguraban ser los verdaderos sucesores de san Pedro.
Las naciones europeas se vieron afectadas. Francia, Escocia y España apoyaron a Clemente VII, mientras que Inglaterra, el Sacro Imperio Romano Germánico y la mayoría de Italia se pusieron del lado de Urbano VI.
Esta división, conocida como el Cisma de Occidente, duró casi 40 años. Fracturó la unión de la Iglesia y sembró el conflicto y la confusión.
El cisma también supuso un dilema teológico: ¿qué papa tenía autoridad divina? ¿Qué sacramentos eran válidos? ¿Se podía alcanzar la salvación si no se obedecía a uno de los sumos pontífices?
El cisma no era un problema meramente espiritual, sino también político. Los monarcas se servían de sus alianzas papales para estrechar lazos diplomáticos y minar a sus enemigos. El papado, por lo tanto, se convirtió en una herramienta política.
Urbano VI fue perdiendo apoyo de manera progresiva. Su comportamiento errático y brutalidad para con los disidentes (cardenales incluidos) mancillaron su imagen y debilitaron su legitimidad.
Clemente VII estableció su corte en Aviñón, la antigua residencia papal. Gobernó con efectividad, pero muchos lo veían como un títere de la Corona francesa.
Cada papa tenía su propia curia, cardenales y burocracia. La competencia entre los impuestos papales y las excomuniones agravó las desavenencias entre los sumos pontífices, agobiando tanto al clero como a los creyentes.
Los cristianos estaban profundamente preocupados. Los peregrinos, sacerdotes y parroquias no sabían a quién seguir. Por lo tanto, la credibilidad de la Iglesia se vio muy afectada.
Los teólogos y monarcas abogaban por la unidad. Todos los intentos de mediación fracasaron, ya que ningún papa quería renunciar. Por lo tanto, se empezó a sugerir la idea de celebrar un concilio para limar asperezas y poder avanzar.
La crisis prendió la llama del conciliarismo, la idea de que un concilio eclesiástico podía tener más autoridad que un papa. Este concepto puso contra las cuerdas a la supremacía papal vigente hasta entonces.
En 1409, el Concilio de Pisa intentó poner fin al cisma papal deponiendo a los dos sumos pontífices y eligiendo al antipapa Alejandro V. Sin embargo, esto solo hizo que pasase a haber un tercer pretendiente. Alejandro V murió en 1410, probablemente envenenado, y le sucedió Juan XXIII.
Finalmente, el Concilio de Constanza logró resolver la crisis. Los tres papas fueron depuestos u obligados a renunciar. En 1417 se eligió un nuevo sumo pontífice, Martín V.
La elección de Martín V marcó el fin del Cisma de Occidente. No obstante, si bien se restableció la unidad papal, las cicatrices de esta división eclesiástica fueron visibles durante décadas.
El cisma mermó la autoridad y la credibilidad papal y puso de relieve los defectos del gobierno de la Iglesia. Esto dio pie a movimientos que no solo buscaban una reforma, sino también una mayor transparencia y poder conciliar.
Algunos historiadores consideran que el cónclave de 1378 y su consiguiente cisma fueron el caldo de cultivo de la Reforma protestante, ya que expusieron la vulnerabilidad de la Iglesia a las políticas y la corrupción interna.
El cónclave de 1378 es un claro ejemplo de cómo el liderazgo nacido del miedo puede poner patas arriba a las instituciones. Marcó un punto de inflexión dramático en la historia de la Iglesia y sus consecuencias se sintieron durante siglos.
Fuentes: (Time) (Britannica) (USA Today)
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El cónclave que puso a prueba la unidad de la Iglesia católica
En 1378 se eligieron dos papas
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En 1378, unas elecciones papales sentaron las bases de uno de los capítulos más caóticos de la historia de la Iglesia católica. El cónclave, marcado por el miedo y la presión política, llevó a la selección de dos sumos pontífices rivales: uno en Roma y otro en Aviñón. Esta división, conocida como el Cisma de Occidente, seccionó la mismísima esencia del catolicismo, dejando un legado de conflicto y confusión que perseguiría a la Iglesia durante décadas. Si quieres saber más sobre este acontecimiento histórico, ¡haz clic para seguir leyendo!