Meter a bebés en jaulas y sacarlos a la ventana era una práctica de lo más común en el siglo XIX. El objetivo era que los bebés respirasen aire fresco. El término que se utilizaba para referirse a esta costumbre era "airear".
El término lo acuñó el doctor Luther Emmett Holt a finales del XIX en su libro "The Care and Feeding of Children". El propósito de esta práctica era que los bebés creciesen más fuertes y sanos.
Los castigos físicos estaban a la orden del día. El hecho de que apareciesen recomendados en la Biblia tampoco ayudaba. El proverbio 23:13 dice así: "No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá".
El libro "A Few Suggestions to Mothers on the Management of Their Children", escrito en 1884, recomienda "dar un buen azote con una zapatilla fina y suave de tela o cuero viejo".
La autora de "The Mothers Book", Lydia Maria Child, no se queda corta y en uno de los capítulos sugiere atar al niño a una silla "o algo por el estilo" como castigo.
Child también recomienda darle botones a los niños para que jueguen. A poder ser, brillantes (pero nunca de latón, eso sí). Parece ser que el peligro de asfixia aún no se había inventado en el siglo XIX.
Leer ficción se consideraba una especie de "placer oculto" del que los niños solo podían disfrutar con mesura. En palabras de Child: "Leer demasiados libros de ficción tiende a acabar con su interés en cualquier otro tema más denso y menos apasionante. [...] Para evitar que desarrollen un gusto particular y perjudicial por la ficción, hay que inculcarles el amor por la historia, los viajes, las biografías, etc.".
Es más: podía matarte. En el libro "Fireside Education", publicado en 1846, Samuel Griswold Goodrich ponía el ejemplo de una madre que animaba a su hijo a superarse. Con solo 8 años el niño ya era todo un prodigio, pero murió al cumplir los 10. "Una fruta prematura nunca llega a madurar", señala el autor.
En el siglo XIX se creía que tener demasiada imaginación no era algo bueno, ya que podía distorsionar tu visión de la realidad.
"Cassells Household Guide" recogía la siguiente advertencia: "En lo que a las comidas se refiere, no hay que darles sobras a los niños entre horas para así evitar la irregularidad; igualmente, tampoco se deben dejar alimentos tentadores a su alcance en momentos inadecuados".
Si, a pesar de este maravilloso consejo, seguías queriendo darle un refrigerio a tu hijo, Pye Henry Chavasse tenía la solución ideal en su libro "Advice to a Mother on the Manegement of her Chilldren": un pedazo de pan duro.
"Así no comerá más de lo que le conviene, pero le bastará para saciarse, que es lo que importa". Y añade: "Si a un niño nunca se le permite comer tartas o pasteles, cuando se le ofrezca un trozo de pan duro lo considerará todo un manjar y lo comerá con gusto".
Si tu hijo sufría de tenias, entonces se le administraba nada más y nada menos que trementina (comúnmente conocida como aguarrás).
Y, en caso de que tuviese disentería, mercurio.
"Der Struwwelpeter", un libro infantil escrito por el alemán Heinrich Hoffmann y publicado 1845, ofrecía unas moralejas verdaderamente terroríficas a los infantes.
Una de las historias va sobre un niño al que le cortan los pulgares de tanto chuparlos.
Otra cuenta cómo un niño sale a la calle en medio de una tormenta y el viento se lo lleva. Como es de esperar, el crío nunca regresa. "Nadie oyó sus gritos y llantos", relata el libro.
En el siglo XIX, la solución a este problema era simple: cortarle las encías. Sí, has leído bien: los dentistas no se lo pensaban dos veces y preferían echar mano del bisturí antes que dejar que los dientes saliesen por sí solos.
Una revista médica norteamericana de 1857 aseguraba que "un corte superficial no sirve de nada; hay que cortar la encía hasta que la lanceta dé con el diente".
La obediencia se consideraba el valor más importante y debía instilarse a muy temprana edad. De esta manera se evitaba que los niños se volviesen adultos caprichosos y egocéntricos (o eso se creía).
La metodología era sencilla. Todo lo que los padres tenían que hacer era negarse a darle a sus hijos lo que querían.
"Cassells Household Guide" recoge lo siguiente al respecto: "Son muchos los que creen que no hay nada de malo en darle a un niño lo que quiere mientras sea un bebé, pero eso no es cierto. En cuanto el niño esté en edad de poder expresar sus deseos, ya sea de una forma u otra, será lo suficientemente mayor como para educarle en la obediencia. Es lo primero que se le debe enseñar y todos los niños bien educados son conscientes de su importancia".
"No es necesario emplear palabras bruscas ni gestos impacientes. Basta con no hacer lo que el niño pide si no es el momento ni el lugar para ello", comenta la guía.
El opio y el mercurio se veían con buenos ojos, pero el té verde estaba más que desaconsejado.
A esta bebida se le atribuían un gran número de trastornos, como la histeria y los problemas estomacales. Según Pye Henry Chavasse, el té verde ponía a la gente nerviosa.
En el siglo XIX se creó un pigmento de color verde a base de arsénico que se utilizaba en muchísimas cosas, como la ropa, los muebles y los juguetes. Por suerte, algunos expertos de la época se dieron cuenta del peligro que esto suponía y aconsejaron mantener alejados de él a los niños.
O al menos eso creía George Napheys, tal y como comenta en su obra "The Physical Life of Woman: Advice to the Maiden, Wife and Mother". Estaba convencido de que la culpa de la miopía la tenían los cuartos poco iluminados, las ventanas mal instaladas e incluso el tipo de letra utilizada en los libros.
"Los niños concebidos en primavera tienen una mayor vitalidad y son menos propensos a morir durante la infancia que todos los demás", aseguraba Napheys.
'The Care and Feeding of Children'
'Advice to a Mother on the Management of her Children'
The American Academy of Pediatrics
'A Few Suggestions to Mothers on the Management of Their Children'
‘The Physical Life of Woman: Advice to the Maiden, Wife and Mother’
"Hay que dejarles dormir mientras puedan", escribió Thomas E. Hill en su libro "Manual of social and business forms", publicado en 1878.
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¿Tu hijo estaba enfermo? Nada que unas gotas de elixir paregórico no pudiesen solucionar, o al menos eso se creía en el siglo XIX. ¡No cabe duda de que los niños debían de quedarse relajadísimos después de una buena dosis de opio y alcohol!
La forma de criar a nuestros hijos ha cambiado considerablemente con el paso del tiempo. Aunque algunos principios aún tienen validez en la actualidad, otros ya no son tan eficaces (o legales) como antes. Los padres de antaño también tenían acceso a libros que les servían de guía para cuidar a sus retoños y algunos de ellos hasta ofrecían buenos consejos... Pero otros simplemente no tenían ni pies ni cabeza. Dar opio a los niños y sacarlos en jaulas a la ventana para "airearlos" son solo algunos de los extraños consejos del siglo XIX que encontrarás en esta galería. Si no puedes con la curiosidad, ¡sigue leyendo!
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ESTILO DE VIDA Paternidad
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