La idea moderna que tenemos del infierno es el resultado de una amalgama de conceptos procedentes del Antiguo y el Nuevo Testamento en los que aparecen términos como Seol, Gehena y lago de fuego.
Curiosamente, esta idea moderna también incluye conceptos propios de la mitología griega, como el Hades y el Tártaro. Todos ellos se tradujeron del nórdico antiguo hel, el cual hacía referencia a un reino del inframundo.
En sus inicios, dicho reino del inframundo era un lugar helado ubicado en el lejano norte. Como salta a simple vista, tenía poco que ver con el concepto actual del infierno que se asocia con el fuego.
La imagen del infierno también fue evolucionando con el tiempo debido a la influencia de los concilios católicos, la Divina Comedia de Dante, el arte medieval y la cultura popular actual.
La Biblia no nos ofrece una descripción definitiva del infierno. A veces se lo representa como una tumba, una cueva subterránea o una simple separación de Dios. Con el tiempo, todas estas ideas se fusionaron en un concepto polifacético que sigue sin estar del todo claro.
En el Antiguo Testamento, el Seol se describe como "una tumba", un lugar al que los muertos van a parar sin mucho más detalle sobre su destino. Se lo considera un lugar sombrío y tenebroso más que un foso ardiente.
El Seol formaba parte de la cosmología judía y la única descripción del más allá que proporciona la Torá habla de que a las personas se las entierra en el suelo tras morir.
A medida que fue pasando el tiempo, el Seol se reinterpretó para otorgarle elementos sobrenaturales. Para cuando se escribió el Nuevo Testamento, el infierno ya se solía describir como un lugar de castigo, aunque las llamas solo se mencionaban en el Apocalipsis en relación con el lago de fuego.
La cultura popular también ha influido en la creación del concepto del infierno, ya que ha exagerado algunos de sus aspectos. Ciertas ideas, como la del fuego y los demonios, se acuñaron para tener una imagen del averno más específica y aterradora.
Tradicionalmente, solemos pensar en el infierno como un lugar subterráneo. Esta idea procede de las referencias bíblicas al Seol y de los términos de la mitología griega como el Hades y el Tártaro, empleados por los primeros cristianos para describir la vida más allá de la muerte.
El Nuevo Testamento tomó prestados los conceptos griegos del Hades y el Tártaro para explicar la visión cristiana del más allá. Hades era un inframundo sombrío para los espíritus humanos, mientras que el Tártaro era un foso profundo para los ángeles caídos.
En 1999, el papa Juan Pablo II dijo que el infierno no debía verse como un lugar físico, sino como un estado del ser en el que las personas se separan de Dios debido a su libre albedrío y a las decisiones que toman a lo largo de su vida.
En la Biblia, el Gehena a menudo se emplea para describir un lugar de castigo, pero en sus inicios hacía referencia a un lugar físico ubicado a las afueras de Jerusalén. Con el tiempo, sin embargo, se lo pasó a asociar con el concepto del infierno como un lugar de condena perpetua.
Aunque los términos como el Hades y el Tártaro describen reinos del inframundo, la Biblia no especifica dónde se encuentra el infierno. Incluso en el Apocalipsis, la ubicación del lago del infierno se desconoce, lo que da margen a teólogos y creyentes para especular.
Otros lugares más allá de la muerte descritos en la Biblia (como el Seol, el Hades y el Tártaro) se consideran sitios de espera antes del juicio final y del lago de fuego, el destino de los indignos.
Si consideramos que el lago de fuego es el infierno, este no alberga ningún alma de momento. Según el Apocalipsis, el infierno solo pasará a existir tras la segunda venida de Cristo, cuando se convertirá en el destino final de los condenados.
Debido a la falta de referencias bíblicas, el infierno es un lugar que ya existe o que se va a crear. O tal vez se trate de un término paraguas que englobe la ausencia de Dios tras la muerte.
La existencia y la línea temporal del infierno son complicadas debido también a la evolución de las interpretaciones teológicas. Los Padres de la Iglesia (que van de san Agustín a finales del siglo IV en adelante) desarrollaron gran parte de la doctrina en lo que al infierno se refiere siglos después de que la Biblia se escribiese.
En términos teológicos, si el infierno existe, Dios debe de haberlo creado, ya que, tal y como se dice en Colosenses 1, tanto el cielo como la Tierra fueron obra suya. Esto incluiría el infierno, incluso si este se pensó para los ángeles caídos en vez de para los humanos.
Muchos teólogos se han preguntado cómo es posible que un dios que supuestamente quiere a todo el mundo haya creado un lugar de tormento perpetuo, pero las sagradas escrituras sortean esta problemática argumentando que el infierno se creó por una razón distinta.
Originalmente, el infierno (o Tártaro) se concibió como un lugar de castigo para Lucifer y los ángeles caídos que se rebelaron contra Dios. Sin embargo, con el tiempo, este sitio también pasó a asociarse con el castigo de las almas impenitentes de la Tierra.
Algunas interpretaciones defienden que el infierno no fue obra explícita de Dios, sino algo que cobró existencia debido a que hay personas que reniegan de él. Según esta perspectiva, el infierno sería una consecuencia natural de vivir separado de Dios.
Proverbios defiende la idea de que el infierno cumple un propósito divino, ya que dice que Dios ha "obrado todo a su debido fin", lo que incluye a los pecadores. Esto implica que el infierno es parte de un plan divino más amplio.
En el Apocalipsis se explica que a los muertos se los juzga por lo que hicieron en vida. Quienes no figuran en el Libro de la vida caen al lago de fuego. Por lo tanto, esto suscita la pregunta de qué papel cumplen la fe y las acciones en el más allá.
Existe una división teológica entre los católicos y los protestantes en lo que a los condenados al infierno se refiere. Los primeros creen que la fe es esencial y que las buenas acciones influyen, mientras que los segundos se centran únicamente en la salvación por medio de la fe.
La Divina comedia de Dante tuvo una gran influencia en el concepto del infierno como lo entendemos en la actualidad. Sus vívidas descripciones y capas de tormento se convirtieron en una imagen muy potente que ha calado en la cultura popular de hoy en día.
Esta obra se escribió a principios del siglo XIV y describe con pelos y señales una versión jerárquica del más allá que ha influido enormemente en el arte cristiano y renacentista, así como en la literatura y la teología.
Fuentes: (Grunge) (Britannica) (BBC) (Stanford Encyclopedia of Philosophy) (Christian History Institute) (Big Think)
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La cuestión de quién va o no al infierno es algo que sigue siendo tema de debate. Aunque el Evangelio según san Juan sugiere que Jesús es quien guía a las personas a la vida eterna, la Biblia también incluye referencias a que las obras y acciones influyen en el destino de la gente.
El infierno en la Biblia: un misterio teológico por descifrar
Las sagradas escrituras parecen no tener respuesta a algunas preguntas
ESTILO DE VIDA Religión
El concepto que tenemos del infierno suele ser bastante simple: un lugar de castigo eterno para los pecadores o quienes reniegan de Dios. Según la teología cristiana, se trata del destino de quienes se niegan a salvarse gracias a Jesús, donde el sufrimiento es una consecuencia interminable de su mal comportamiento. Sin embargo, a pesar de esta idea tan extendida, la Biblia ofrece muy poca información al respecto... Por no hablar de que no lo menciona en absoluto. Así pues, ¿de dónde viene esta imagen del infierno que todos compartimos? ¿Por qué pensamos que se trata de un foso envuelto en llamas en el que los pecadores arden por los siglos de los siglos? ¿Dónde se encuentra exactamente? ¡Haz clic para descubrirlo!